viernes, 11 de junio de 2010

PERFIL DEL P. LOUIS ORMIÈRES, EL CHER PÈRE

PERFIL DEL P. LOUIS ORMIÈRES, EL CHER PÈRE.

Louis Ormières procede de una familia originaria de Limoux que, establecida en Quillan, tiene un pequeño comercio. En el hogar de François Ormières y Jeanne Sacaze nace Louis el 14 de Julio de 1809. El mismo día recibe el bautismo en la iglesia parroquial de Quillan, como consta en su partida de bautismo. Es el segundo de cinco hermanos.

De su niñez apenas si existen datos significativos. Fue un niño juguetón, inteligente, bueno. Aspectos que se deducen de documentos posteriores y del conocimiento de su ambiente familiar en el que sobresalen el espíritu de fe, el aprecio a la vida consagrada y la caridad. A los 8 años fue enviado a un colegio de Limoux, donde vivían sus abuelos maternos, colegio dirigido por sacerdotes. Entre sus compañeros goza de prestigio y autoridad siendo para ellos amigo y consejero.

A los 16 años ingresa en el Seminario Menor de Carcassonne y pronto sus superiores descubren en él una decidida vocación pedagógica por lo que le nombran profesor del Seminario Mayor. Vive esta encomienda con gran responsabilidad y no escatima en su desempeño ningún esfuerzo. El 21 de diciembre de 1833 recibe la ordenación sacerdotal. Tenía 24 años,

Como sacerdote recién ordenado, participa de la incertidumbre de quienes tienen que hallar un lugar en aquella Iglesia en la que el clero no era un grupo homogéneo. Había una distinción entre el clero beneficial, de ideas conservadoras, y el dedicado a la cura pastoral con ideas más democráticas.

La frase paulina “cada uno ha recibido de Dios un don propio… por el que el Espíritu Santo se manifiesta para el bien de la sociedad” (1 Co 7,7; 12,7), expresa la experiencia de Iglesia que tiene Louis Ormières y también fue el criterio desde el cual vertebró su Pedagogía. Ormières creía en el destino personal de cada individuo. La Providencia tiene destinado el lugar que cada persona está llamada a ocupar en este mundo.

Louis Ormières no es un erudito, ni un teórico, es un sacerdote sencillo que conoce su tiempo e interpreta la realidad a la luz del evangelio. Es un hombre de acción y de fidelidad que se deja afectar por una llamada o inspiración del cielo. Hay una evolución histórica en la vocación personal de Louis Ormières. Se muestra flexible a la voluntad de Dios sobre él. Trata de “no equivocarse”. Como último tramo de su discernimiento se apoya en “la obediencia a su Obispo”.

El documento escrito por Louis Ormières “La Cuna. La Vocación” encierra una particular visión del misterio de Cristo, de la Iglesia y de la Sociedad. La vocación le orienta hacia la evangelización y la promoción humana del mundo rural para el servicio de los niños del campo. La “instrucción”, según su lenguaje, significaba evangelizar a través de la escuela y formar discípulos de Cristo según el don que cada uno ha recibido de Dios. El servicio a los demás está por encima de cualquier otro interés y de la misma vida como lo demuestra su entrega al servicio de los afectados por epidemias en Comus (1838 y 1854). Un solo y único movimiento de amor a Dios y a los hombres es el que le hace comprometerse con gestos heroicos.

Parece que la vida sacerdotal de Louis Ormières estuvo marcada por la obediencia, en discernimiento, a su Obispo en una clara y decidida dirección apostólica, sacerdotal y carismática: “la misión de formar verdaderos discípulos de Cristo” a través de la ecuación y el cuidado de los enfermos pobres.

Hay unos rasgos que definen, con nitidez, el perfil espiritual de Louis Ormières.



- Fe en la Providencia

Su admirable serenidad de espíritu provenía de una fe viva en la Providencia divina. Exhortaba a las hermanas a que conservaran la paz del corazón diciéndoles: “Dios proveerá”. Esta fe llenaba toda su vida y la inculcaba, sobre todo, en las personas que veía más agobiadas: “Hagamos siempre lo que podamos y dejemos a la Providencia el cuidado de perfeccionar nuestra obra. Si la Providencia se retirara de nosotros ¿qué haríamos? El Señor no nos juzgará por nuestros éxitos sino por nuestros esfuerzos”.

- Amor a la Iglesia

El amor que vive y siente por la Iglesia queda patente en los numerosos documentos fundacionales. Este amor lo transmite Ormières a las hermanas y constituye un rasgo de la Congregación del Ángel de la Guarda. Lo recogen las Constituciones: “Mantener una actitud de amor y de atenta fidelidad al magisterio de la Iglesia y de apertura a sus necesidades, es un rasgo de nuestra espiritualidad de Hermanas del Ángel de la Guarda” Art. 14.

- El trabajo como servicio

El don particular es para el servicio de los demás, sin que esto desemboque en paternalismo porque estaba convencido Ormières que las cosas tenían el valor del esfuerzo que costaba su logro. La gratuidad absoluta o la limosna de la que el pobre disfruta sin la parte de trabajo o sacrificio que les es posible, no es ni social ni moral. “La comunidad del Ángel de la Guarda no tiene ni el honor ni el heroísmo de las Órdenes Mendicantes que nada poseen sino lo que les proporciona la limosna que solicitan. Nosotros hemos de conseguirlo todo con el sudor de nuestra frente…”

- Caridad compasiva

Sabía que los pobres eran el corazón de la Iglesia y que toda su riqueza está en un servicio misericordioso hacia los más necesitados. Esto ocupaba el primer lugar en su vida. Todo lo demás, detrás y como consecuencia: “Nuestras hermanas viven, tanto en las comunidades como en sus fundaciones, igual que los pequeños hogares que se rigen con orden. Ese es el espíritu del instituto son excluir un régimen más confortable en caso de necesidad o de utilidad”.

- La Oración

La oración no era sólo el medio para conocer qué quería Dios de él sino ofrenda de quien está disponible para aceptar que se cumpliera su voluntad. Esta actitud de oración lleva a Ormières a ser “hombre paciente”, cualidad propia de quien está persuadido de que las obligaciones que Dios impone, nunca sobrepasan las propias fuerzas.

Había una gran coherencia entre su fe y su vida. Su armonía interior le hacía vivir siempre cara a Dios. Repetía con frecuencia: “Si esperásemos para ponernos en comunicación con Dios el momento fijado para la oración, haríamos esfuerzos tan penosos como inútiles porque ordinariamente llevamos a la oración el mismo espíritu y el mismo corazón con el que se vive todo el día. Dios no se aproxima a las almas que sienten poco alejarse de él” (CP. 298).

-Entrega y dedicación a las Hermanas

Su única preocupación eran ellas. No sólo les entregaba su tiempo sino su persona que nada reservaba en relación con la Comunidad a la que servía llevando una vida errante. Sabía colocarse en segundo plano, no deseaba desplazar a nadie: “Lo que puedo decir y afirmar es que hoy, como cada día de los 45 años pasados al servicio de mi querida Comunidad, siento que mi vida es para ella. Supongo que, por la gracia de Dios, seguirá siendo lo mismo mañana, pasado mañana, hasta mi último suspiro, y sobre todo después, si no paralizo los esfuerzos que hacen mis queridas hijas para levantar a su Chèr Père hasta el cielo”.

- Libertad interior

Era esta una actitud profética y señal de fortaleza en Louis Ormières. Que no perdía ocasión para aconsejar a las hermanas a no buscar otra apología más que la propia conducta. Hacer siempre lo que se creía el propio deber sin que importaran los comentarios. “Hacer el bien y dejar hablar es una máxima muy bella, pero para que sea loable es preciso en todo, siempre y en todas partes, hacer el bien” (Carta 1863).

- Obediencia a Dios

Obediencia de la fe que vive como renuncia a las propias iniciativas, porque la iniciativa la lleva Dios. Significa esta obediencia que la libertad se ejerce en actitud de servicio: Se decía antiguamente lo mismo que decimos hoy y habrá que decir mañana: el hombre propone y Dios dispone. La petite Soeur del Ángel de la guarda debe añadir: “Bendito sea Dios por siempre” (Carta 1865)

- Sencillez

La sencillez evangélica caracterizó su vida de unión con Dios y de servicio a los demás. Sencillo, sólo buscaba a Dios y todo lo refería a él. Sencillo, se hizo “pequeño con los pequeños”, que más necesitados estaban de educación.

Louis Ormières quiere que sea la sencillez la virtud propia del Instituto, su sello distintivo: “La sencillez sobre todo, que es la característica específica de la congregación, debe guiaros en el cumplimiento de vuestros deberes. Esta sencillez, condición indispensable para comprometerse en el Instituto, es la de aquellos que, como el Apóstol se hacen “pequeños con los pequeños” y es un valor evangélico que no tiene más principio que la caridad de Jesucristo”.

“Extreme su cuidado para atraer a nuestras hermanas al espíritu de sencillez que da carácter distintivo a nuestra Comunidad” (Carta 1862).

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